El Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación acoge en el Palacio de Santa Cruz una exposición divulgativa con la que homenajear la respuesta humanitaria del Servicio Exterior frente al Holocausto.
La muestra se exhibirá desde el 28 de noviembre al 19 de diciembre en la sede del Palacio de Santa Cruz (plaza de la Provincia, Madrid) en horario de lunes a viernes de 10:00 a 13:00 horas. Los martes y miércoles también podrá visitarse en horario de tarde, desde las 16:30 a las 18:30 horas. El acceso a la exposición es gratuito.
Prólogo de José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación
En un breve ensayo escrito durante la Segunda Gran Guerra, George Orwell advertía que nuestra civilización carece de una “vitamina psicológica” que evite de una vez y para siempre la tendencia a caracterizar enteras comunidades políticas, culturales o religiosas como intrínsecamente perversas y, en casos extremos, a buscar su exterminio. Para el autor, el antisemitismo era, y por desgracia sigue siendo, resultado de esa carencia colectiva, que tuvo su más terrible expresión en el Holocausto.
Aquel fallo de civilización todavía conmueve nuestras conciencias y constituye un recuerdo permanente de las simas en las que puede perderse el ser humano cuando se deja guiar por la tentación totalitaria.
Esta exposición honra a algunos individuos que tomaron la decisión existencial de oponerse a la aniquilación sistemática de otros seres humanos. Esos héroes fueron un grupo de funcionarios del servicio exterior español que, más allá del deber, salvaron la vida de miles de judíos durante el Holocausto. Lo hicieron corriendo riesgos extraordinarios, siguiendo el imperativo de humanidad y dando pleno sentido a la Mishná 5 del Talmud jerosolimitano “quien salva una vida, salva al mundo entero”: quien salva una vida redime a la humanidad.
Algunos diplomáticos españoles que así actuaron, poniendo en riesgo la vida y seguridad tanto propias como de sus seres más queridos, han sido justamente reconocidos por su labor, recibiendo el título de Justos entre las Naciones por el Yad Vashem. Entre ellos se cuenta Ángel Sanz-Briz, por su labor en Budapest. Otros miembros del Servicio Exterior español, como José Ruiz Santaella y su esposa Carmen Schrader, Eduardo Propper de Callejón y, más recientemente, Sebastián de Romero Radigales, han merecido también tan alta distinción, al igual que algunos ciudadanos españoles particulares, como Martín Aguirre Otegui y Concepción Faya Blázquez por su actuación en Bélgica y Francia a favor de las comunidades judías. El Centro Sefarad-Israel y la Fundación Internacional Raoul Wallenberg trabajan activamente en la elaboración de los expedientes para que otros diplomáticos mencionados en esta exposición puedan algún día ser también reconocidos como Justos entre las Naciones.
El extraordinario ejemplo de desafío de los españoles que acabo de mencionar ante la pulsión de muerte que condujo a la Shoah es hoy justamente recordado. Al hacerlo, no podemos dejar de emplazar su actuación en el contexto de las relaciones entre España y el mundo judío y, más en concreto, en relación con la recuperación de la memoria de Sefarad. Una tarea en la que estamos embarcados y firmemente comprometidos y que no es sólo un ejercicio de nostalgia, sino que puede tener consecuencias vitales en situaciones extraordinarias. Precisamente, la translación jurídica de esa memoria en el Real Decreto de 20 de diciembre de 1924, por el que se concedía la nacionalidad española a los sefardíes (“antiguos protegidos españoles y descendientes de éstos”), permitió amparar el otorgamiento de salvoconductos por nuestros representantes diplomáticos a miles de judíos, muchos de ellos no pertenecientes a la comunidad sefardí, que escapaban del horror de los campos de concentración y de las cámaras de gas.
Como Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación es para mí un privilegio y un orgullo contribuir a recuperar y a revivir la memoria de aquellos españoles ejemplares que todo lo arriesgaron en la más noble de las misiones diplomáticas: la protección y salvaguarda de nuestra común humanidad por encima de diferencias de raza, nacionalidad o religión que parecen insalvables. Mientras nuestras sociedades no generen y garanticen colectivamente esa resistencia al instinto de muerte, es esencial que cada uno de nosotros, al enfrentarnos al mal absoluto, sepamos distinguir entre lo justo y lo injusto, entre la civilización y la barbarie. Nuestros compatriotas honrados en esta exposición tuvieron el coraje de elegir la opción más arriesgada. Fue, también, la opción que les ha asegurado el privilegio de haber sobrevivido al olvido. Suyo es el honor, nuestra es la responsabilidad de preservar y continuar su legado.
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